Golpes de Estado y poder militar (1944-1979)
En 1944, la renuncia y el exilio de Hernández Martínez parecieron
dar paso a una nueva fase de la vida política salvadoreña, atravesada por
continuos golpes de Estado y luchas partidarias por el poder. Este período
coincidió con el despertar del protagonismo económico de la burguesía
industrial, frustrado dramáticamente por causa del fracaso del proyecto
sustitutivo de importaciones en que acabó el Mercado Común Centroamericano
(Mercomun). El proyecto se quebró definitivamente en 1969 con el estallido de la guerra entre El Salvador y Honduras.
El movimiento popular —protagonista fundamental de la huelga de brazos
caídos y la subsecuente salida del dictador— se aglutinó en torno a la figura
del líder carismático Arturo Romero y su Partido Unión Democrática (PUD). El
movimiento expresaba a la sazón las ansias democratizadoras de los sectores
medios y populares y acudió al proceso electoral convocado por la Junta de
Gobierno que reemplazó al general Hernández Martínez. Por su parte, los
sectores de poder económico y los grupos sociales más
conservadores se aglutinaron en torno al Partido Agrario (PA). En estas circunstancias, el Partido Comunista de El Salvador (PCS), principal impulsor
del levantamiento campesino de 1932, no tenía mucho que ofrecer, dada su
debilidad organizativa y la escasa base social de que disponía.
Parecían haber quedado despejados los últimos obstáculos
para la instauración de un régimen democrático, pero, a la caída de la
dictadura del general Hernández Martínez, la fuerza del movimiento popular
había crecido tanto que los grupos de poder económico —en especial los
vinculados a la producción de café— se aliaron con un grupo de militares y
dieron un golpe de Estado con el propósito de desarticular la organización
popular. La Junta de Gobierno, encabezada por el general Andrés Ignacio Me-
néndez, se empeñó en lograr una transición pacífica hacia un régimen
democrático. Las condiciones económicas eran en ese momento bastante favorables
y el principal obstáculo, que
a la postre resultó insuperable, fue el obstruccionismo de
aquellos grupos de poder y de los militares, decididamente opuestos a la instauración
de un régimen democrático.
El 21 de octubre de 1944 un grupo de militares
comandado por el director general de la Policía Nacional (PN), coronel Osmín
Aguirre y Salinas, se hizo con el poder: Menéndez fue obligado a renunciar y
los miembros de la Asamblea Legislativa fueron convocados al cuartel El Zapote
para presenciar la instauración de Aguirre como presidente provisional. Se
inauguraba así una modalidad de «juego electoral» en el que la oposición
política carecía de posibilidades reales de acceso al poder, ya que el partido
en el gobierno utilizaría los recursos del Estado para asegurar el triunfo del
candidato oficial (por lo general un militar), quien, a su vez, sería el
candidato de la oligarquía.
Aguirre y Salinas trató de controlar a los grupos opositores, que tenían
por principales figuras a Miguel Tomás Molina y Arturo Romero, quienes dieron
vida al «rome- rismo», un movimiento de lucha por las libertades cívicas que
aglutinó a los grupos opositores al militarismo más relevantes. Además,
Aguirre y Salinas hizo todo para controlar al movimiento sindical nucleado en
la Unión Nacional de Trabajadores (UNT). En diciembre de 1944 aplastó una
revuelta en el barrio San Miguelito y repelió una invasión lanzada por la
oposición desde Guatemala. Después de gobernar con mano dura durante casi cinco
meses convocó a elecciones presidenciales, asegurándose
la victoria del candidato de la élite cafetalera, el general Salvador Castañeda
Castro. Tal como estaba previsto éste asumió la presidencia el 1 de marzo de
1945.
La «Revolución de 1948»
La sucesión de Castañeda Castro dio lugar en 1948 a una
nueva crisis política. Comoquiera que Castañeda pretendía ser reelecto, generó
malestar e inconformidad en las filas del ejército, en sectores importantes de
la burguesía industrial con una visión desarrollista y en los sectores
populares que exigían reformas democráticas. El proceso trajo como resultado
la llamada «Revolución de 1948», la cual dio lugar a la formación de un
Consejo de Gobierno Revolucionario cuya finalidad declarada era restaurar la
institucionalidad perturbada por Castañeda Castro. Ese organismo, de carácter
provisional, preparó unas elecciones en las que salió electo, en septiembre de
1950, el coronel Oscar Osorio, candidato del nuevo partido oficial, Partido
Revolucionario de Unificación Democrática (PRUD).
Con Osorio no sólo comenzó el auge de la producción algodonera. El nuevo
presidente se esforzó por hacer del aparato estatal el promotor del
crecimiento, lo cual quedó plasmado y legitimado en la Constitución de 1950
en la que se justifica el nuevo papel interventor del Estado. Influido por la
constitución mexicana de 1917, el texto constitucional de 1950 prescribe lo
siguiente: a) un intervencionismo estatal orientado a asegurar a todos los
habitantes de El Salvador una existencia digna de un ser humano; b) garantizar
la propiedad privada en función social; c) restringir la libertad económica en
aquello que se oponga al interés social; y e) regular con carácter tutelar las
relaciones entre el capital y el trabajo. En este último punto establece, entre
otras cosas, la limitación de la jornada laboral, la asociación sindical, la
contratación colectiva y el salario mínimo.Los golpes de 1960 y 1961
En los comicios presidenciales de 1956 Osorio fue
sustituido por el candidato del PRUD, coronel José María Lemus. El gobierno de
Le- mus se inició con una profundización de las reformas emprendidas por su
antecesor, llegando incluso a permitir el regreso al país de todos los
exiliados y prometiendo el respeto a los derechos individuales y colectivos.
Una muestra de su disposición a cumplir con sus compromisos fue la derogación
de la Ley de Defensa del Orden Democrático y Constitucional, que tenía
aspectos claramente antidemocráticos. La relativa tolerancia mostrada por el
régimen de Lemus estimuló la actividad organizativa sindical y política, a lo
cual se sumó tanto el impacto de la revolución cubana en el ámbito
universitario como el empeoramiento de la situación económica asociada al
ciclo depresivo que en ese momento afectaba al mercado internacional de café.
Ante las movilizaciones de los sindicatos, estudiantes y diversos sectores
de la clase media, el gobierno de Lemus endureció sus posturas; disolvió por la
fuerza las concentraciones populares, asaltó la Universidad Nacional y decretó el estado de sitio. En este marco emergió el
Frente Nacional de Orientación Cívica, formado por partidos políticos de
centro y de izquierda, asociaciones estudiantiles y sindicatos, que preparó y
ejecutó el golpe de Estado del 26 de octubre de 1960. En este golpe participaron
diversos sectores de la vida nacional, desde los incluidos en el Frente
Nacional de Orientación Cívica, hasta los modernizantes de las élites.
Tras el triunfo del movimiento golpista se instaló
una Junta de Gobierno formada por tres civiles y tres militares que se mantuvo
en el poder hasta el 6 de febrero de 1961. Las pretensiones del nuevo gobierno
eran «restablecer la legalidad y promover un proceso democrático y
constitucional que desembocaría en un evento electoral libre». Pero el proyecto
se frustró el 6 de febrero de 1961 al ser derrocada la Junta: un nuevo golpe
de Estado desembocó en la instauración de un Directorio Militar. Estuvo este
directorio fuertemente influido por Estados Unidos y pronto puso manos a la
obra en una serie de reformas económicas y sociales tales como la
nacionalización del Banco Central de Reserva (BCR), la promulgación de leyes
favorables a los campesinos y la rebaja en los alquileres de las viviendas populares, medidas
todas ellas que encajaban en el esquema auspiciado por Estados Unidos para
neutralizar la influencia de la revolución cubana en el continente americano.
A través de un proceso electoral, en 1962 el
Directorio Militar dio paso al candidato del Partido de Conciliación Nacional
(PCN, fundado en septiembre de 1961), coronel Julio Adalberto Rivera, quien
hizo de la proclama del 6 de febrero de 1962 su programa de gobierno. Rivera
fue relevado del cargo en 1967, tras permanecer cinco años en el ejercicio del
poder. Le sucedió el general Fidel Sánchez Hernández, que gobernó hasta 1972.
En las elecciones de ese año triunfó el coronel Arturo Armando Molina, quien
tras expirar su mandato en el ejecutivo, en 1977 dejó el poder en manos del
general Carlos Humberto Romero. El ambiente sociopolítico de la época era sumamente
violento y el gobierno de Romero se vio abruptamente interrumpido el 15 de octubre
de 1979 cuando un grupo de militares jóvenes, encabezados por los coroneles Amoldo Majano y
Jaime Abdul Gutiérrez, promovieron un golpe de Estado e instalaron una Junta Revolucionaria
de Gobierno.Fue éste el último de la larga serie de golpes de
Estado que signaron la vida política de El Salvador durante el siglo XX. La
coyuntura abierta después de octubre de 1979 fue cualita
tivamente distinta a las anteriores: se cerró una fase de
la historia política del país y se abrió otra marcada por la emergencia del
Frente Fa- rabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) como principal polo
opositor y por el estallido de una guerra civil en la que se confrontaron el
proyecto insurgente y el proyecto gubernamental.
El poder militar
En 1948 los militares
salvadoreños intentaron impulsar un nuevo modelo de dominación política y
económica basado en una combinación de reformas socioeconómicas, la modernización
estatal y el uso discrecional de la coacción. Sin embargo ese modelo sufría de
una debilidad fundamental. Sé basaba en el convencimiento de que el café
tenía una importancia primordial y que debía evitarse que la actividad del
sector cafetalero se viese afectada por cualquier reforma que pudiera alterar
el precario equilibrio de un país con muy poco territorio, una economía
emergente y una población que crecía con gran rapidez. Los militares no cayeron
en la cuenta de que la operación del sector cafetalero no estaba
indisolublemente ligada a los sectores de poder económico por una especie de
hechizo histórico irrompible.
Desde
1948 hasta 1979 los militares fueron incapaces de comprender que las
necesidades sociales, políticas y económicas del país no se agotaban con las
reformas estructurales, sino que requerían también de una apertura política que
sólo podía hacerse efectiva con el apoyo del estamento militar. No fueron
capaces de valorar adecuadamente el poder político y económico de los grupos
productores y exportadores de café, a partir del cual éstos podían impedir
cualquier tipo de reforma.
Los
militares pudieron haber jugado un papel crucial en este proceso, tal y como
lo hicieron en otros países de América Latina, pero en El Salvador no lo
llevaron a cabo. En cambio, durante las tres décadas siguientes controlaronla sociedad sin llegar a dominarla por completo.
No lograron convertirse en el verdadero conductor nacional que reemplazase a la
oligarquía tradicional. Perdieron varias oportunidades de formar coaliciones
con otros sectores importantes y dinámicos, a la vez que impidieron que fueran
otros quienes las formasen.
La pretensión de los militares de propiciar una cierta industrialización,
así como una legislación que protegiera mínimamente los derechos de los
trabajadores —el reformismo militar— dejó intacta a la sociedad salvadoreña.
Los cambios ocurridos no fueron planeados y, en la mayoría de los casos, ni siquiera
previstos. Los gobiernos militares no fueron oligárquicos, aunque a la postre
resultaron beneficiosos para la oligarquía. Se trató en todos los casos de dictaduras
que nunca permitieron prosperar a las instituciones republicanas, ni siquiera
que operasen durante algún tiempo. Su legado histórico ha sido, entre otros,
un déficit de institucio- nalidad que la sociedad salvadoreña todavía debe
compensar.
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El presidente José María Lemus
profundizó en la vía reformista de su antecesor, aunque a la potreros acabara reprimiendo los movimientos populares que él mismo había estimulado.
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GENIAL TIOS SALUDOS DES ESPAÑA
ResponderEliminarQue bonita enseñanza muchas gracias he aprendido mucho
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